Tras siete años como ministro de Chuki, ocho de rastrera oPPosición a Zapatero, cuatro de infame gobierno y casi uno enredando en funciones, Rajoy ya es como esas horribles figuritas, que todos tenemos en casa y que nos regaló alguien tras de algún viaje, en una boda o en la comunión de algún sobrino. Todos de una forma u otra, las detestamos, pero pasan los años y la figurita sigue en casa, eso sí, cambiada de sitio y cada vez más escondida.
En esta linea, el peor Presidente de la democracia, es una de esas figuras que alguien hace ya muchos años nos trajo de Pontevedra y que jamás gustó a nadie, ni siquiera al autor del regalo. Nos lo soltaron un buen día allá por 1996, permaneciendo durante algunos años en un lugar discreto, posteriormente se le colocó en un rincón privilegiado de la casa, acabando al final en la mejor vitrina del salón. Desde hace ya varios años, esta nota ridícula y kitch en la que se ha convertido Rajoy, estropea el nivel del resto de motivos decorativos de nuestra casa. Es antiguo, hortera, permanece ajado e inmovil en su rinconcito, esperando que el interiorista de turno lo mueva, como él dice, en la buena dirección. Por todas estas razones, los que compraron el "regalito" y los que sufrimos su permanencia, estamos deseando hacerle sitio en el contenedor, pero el muñequito, que parece haber cobrado vida propia, se resiste a abandonar nuestro salón, ayudado por el mal gusto de un pequeño grupo de miembros de la familia.
Trasladando todo lo anterior a la actualiadad política, el muñeco D. Mariano, es el obstáculo que rompe la armonía en nuestro país. Él que habla siempre del bien del país, pasa por ser un irresponsable que busca su interés personal para evitar pasar a la historia como el primer Presidente de la democracia que no fue reelegido. Rajoy no quiere irse y nadie en su partido da el paso para apartarlo. Él, sus PPalmeros y su ambición personal serían los únicos responsables de unas terceras elecciones, pero lejos de reconocer su error, el PPresi afrontaría la campaña como víctima de la intransigencia del resto, luciendo en su frente una horrorosa inscripción: "Rdo. de Pontevedra".
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